LA ORDEN DE MALTA Y EL OBSTÁCULO A SU INDEPENDENCIA

por

Enrique H. de Caviedes

La Orden de San Juan de Jerusalén, más conocida hoy por Orden de Malta, nació hace cerca de diez siglos por un acto de amor y humildad. Gerardo, que así se llamaba su fundador, se entregó a la práctica de la caridad cristiana en los peregrinos enfermos y pobres que acudían a Jerusalén. En 1113 la institución por él fundada recibió carta de naturaleza del papa Pascual II. Desde sus orígenes hasta nuestros días, la Orden de San Juan ha dependido de la Santa Sede, que la considera una de sus órdenes religiosas más antiguas.

Durante este trayecto secular, la Orden de San Juan ha cumplido su misión con muchas luces y algunas sombras. Episodios gloriosos de servicios a la cristiandad y a los enfermos, se unen a algunos incidentes que su situación de privilegio provocaba con las jerarquías eclesiásticas locales. A finales del siglo XVI, la pérdida de poder del imperio turco dejó a la Orden sin parte de su contenido en el Mediterráneo. La falta de acción llevó a los caballeros a una relajación en el cumplimiento de sus obligaciones e ideales. El proceso de decaimiento se aceleró durante el siglo XVIII. Perdido su poderío militar y con graves problemas económicos, fueron presa fácil para el general Bonaparte que, en 1798, expulsó a los caballeros de la isla de Malta, que ocupaban desde 1530 como feudatarios de la Corona de España. Tras la pérdida de la Isla y la dispersión de sus miembros, la Orden estuvo muy cerca de su desaparición. Gracias a la intervención de la Santa Sede, que nombró un nuevo Gran Maestre y negoció con los Estados europeos, la institución pudo salvarse y reorganizarse. En 1834 instaló su residencia oficial en Roma y, desde entonces, allí permanece.

En 1950 se produjo un grave incidente entre la Orden de Malta y la Iglesia. Un miembro profeso de la Orden denunció ante la Santa Sede la injusta destitución del cargo que ocupaba. La Santa Sede, que esperaba la ocasión para imponer una reforma a la institución sanjuanista, aprovechó esta denuncia para reforzar su autoridad sobre la Orden y sus miembros. Pio XII, papa reinante, ordenó mediante Quirógrafo de 10 de diciembre de 1951, la formación de una comisión de cardenales para estudiar la situación. El Gran Maestre Chigi y sus caballeros cerraron filas contra lo que consideraron una injerencia de la Iglesia, hasta el punto de que el Papa amenazó al Maestre con la excomunión. La impresión fue tal, que Chigi della Rovere falleció de un infarto al recibir la noticia. El asunto se complicó aún más y, finalmente, fue definitivamente zanjado por la Sentencia de la Comisión Cardenalicia de 24 de enero de 1953. Esta Sentencia, definitiva y no susceptible de apelación o de otras ordenanzas, fijó la situación jurídica de la Orden con respecto a la Santa Sede. Precisaba que la Orden de Malta era una orden religiosa aprobada por la Santa Sede y dependiente de ella, así como todos sus miembros, y que su soberanía era funcional y no plena. El texto causó gran disgusto en la Orden que protestó inútilmente, en especial sobre la dependencia de los miembros no profesos a los que consideraba fuera de la autoridad directa de la Santa Sede.

A raíz de la Sentencia Cardenalicia, las jerarquías de la Orden quedaron resentidas y adoptaron una actitud de recelo hacia la Santa Sede. Poco a poco y de forma sutil, iniciaron un camino de distanciamiento. Esta actitud no pasó desapercibida para algunos lobbies internacionales contrarios a la Iglesia. Desde finales de los pasados años 80, personas pertenecientes a esos misteriosos lobbies empezaron a ocupar puestos claves en el organigrama de la Orden y el proceso de separación de la Iglesia se aceleró. Desde entonces, la Orden no ha cesado de proclamar su soberanía de forma insistente y reiterativa mientras nombra una ristra de embajadores en los países más exóticos. Estos embajadores, residentes en Europa, no cumplen otra misión que reforzar la presunta soberanía melitense, viajando a sus países de destino solo en ocasiones señaladas. En 1994, consiguió ser reconocida como observador permanente por las Naciones Unidas, oficialmente gracias al apoyo de Italia pero, en realidad, gracias a la presión de esas fuerzas ocultas que hoy la dominan. Los rebeldes "separatistas" están convencidos de que, con esta política de implantación diplomática internacional, reforzarán la deseada independencia y soberanía frente a la Santa Sede. Durante su Gran Magisterio (1988-2008), el inglés Bertie promovió y aceleró la rebelión. En enero de 1994, declaraba a la revista Point de Vue: "Yo no podría ser vasallo del Santo Padre más que desde un punto de vista estrictamente espiritual. Nuestras relaciones con el Vaticano son las de dos países soberanos".

Un suceso muy grave en este camino de rebeldía contra la Santa Sede, tuvo lugar en 1997, cuando la Orden reformó la Carta Constitucional y el Código, textos básicos de su ordenamiento jurídico. La nueva redacción recalcó aún más su presunta soberanía e independencia de la Iglesia. A esos efectos, se omitieron las referencias a la autoridad del Santo Padre y de la Santa Sede existentes en las versiones anteriores. Más aún, retiraron de la Carta Constitucional la mención a la Sentencia Cardenalicia de 1953 que también figuraba en los textos precedentes. La Iglesia, ignorante de las turbias intenciones que motivaron estas omisiones y reiteradamente condecorada por la Orden en la persona de los cardenales, cayó en la trampa y aprobó los nuevos textos. Los "separatistas" malteses cantaron victoria. Estaban a punto de quitarse de encima al único obstáculo que impedía su completa independencia. Quedaban ya pocos pasos para una definitiva separación de la Santa Sede, a la que, en vulneración de la vigente e inapelable Sentencia de 1953, solo reconocían una supremacía estrictamente espiritual y solo para los miembros profesos.

Toda esta política desvariada no ha sido inocua para la propia Orden. Los tres pilares fundamentales que históricamente la sustentan se han visto afectados de gravedad e incluso heridos de muerte. La religiosidad lleva años en progresiva degradación; solo se mantiene en su aspecto formal. Las funciones hospitalarias han disminuido hasta el punto que, de estar entre los primeros en un supuesto ranking de actividad humanitaria, han pasado a puestos muy alejados de la cabeza, que hoy ocupan distintas y eficaces ONGs. La exigencia histórica de nobleza de sangre a sus caballeros de Honor y Devoción está haciéndose desaparecer por los rebeldes "separatistas" que, casualmente, son personas arribistas, trepadores sociales pertenecientes al "demi-monde", que no solo no comparten los viejos ideales cristianos de la antigua nobleza sino que están guiados por tenebrosos intereses.

Los miembros tradicionales de la Orden han quedado sorprendidos por este cambio de actitud en sus jerarquías. Oponerse a fuerzas ocultas era arriesgado y como ya no se encontraban cómodos en una institución manipulada por poderes extraños, optaron por retirarse. La valentía histórica de los caballeros se diluyó como azúcar en el agua. Así dejaron el campo libre a los rebeldes "separatistas", que actúan hoy con la mayor impunidad. Entre los 13.000 miembros de la Orden, solo se han producido tres honrosas excepciones. Tres miembros Gran Cruz, de intensos y reconocidos servicios a la Orden y a sus verdaderos ideales, recurrieron en 2003 a la vía jurídica en un intento de detener la corrupción y de poner en conocimiento de la Iglesia el lamentable estado de la Orden. La reacción de la Orden fue inmediata. Los tres fueron expulsados sin causa y sin procedimiento, de una forma tiránica y medieval. Los respectivos decretos de expulsión son monumentos a la ilegalidad, a la arbitrariedad y a la injusticia. De esta forma tan inmoral, la Orden transmitió una contundente advertencia al resto de sus miembros quienes, por comodidad o miedo, callaron sus voces discordantes.

Así las cosas, aún se espera la reacción de la Iglesia ante las contundentes denuncias de los Gran Cruz expulsados. De una Iglesia que, hasta ahora, ha dejado que la Orden de Malta fuera escapándose de su autoridad y que, de no intervenir, perderá definitivamente.

Mientras tanto, los rebeldes "separatistas" celebran su éxito, creyendo estar muy cerca de su ansiada independencia. Poseídos por la soberbia, ignoran que la Orden de Malta, una vez desvinculada de la Santa Sede, no será más que una institución traidora a su propia historia que perderá el respeto de la comunidad internacional. Se convertirá en una caricatura de sí misma sin identidad ni fundamento, en una ONG de opereta, ineficaz y pomposa que será utilizada para asuntos turbios y fines espurios. Las consecuencias no se harán esperar. Es posible que, de consumarse las intenciones de esos miembros desleales y separatistas, Su Majestad Católica el Rey de España, retire a su embajador ante la Orden y cierre la embajada. Es posible que ese gesto sea seguido por otros muchos países y por las Naciones Unidas. En definitiva, la Orden, de seguir libremente por su actual camino, se aproximará inexorablemente a su suicidio.

La Iglesia no es un obstáculo, como pretenden los rebeldes separatistas de la Orden. Todo lo contrario. Es el origen de su legitimidad, su motor espiritual, la garantía de su subsistencia y su mejor valedora ante la comunidad internacional. Así ha sido siempre y así debiera ser en el futuro. ¡Caveant Consules!

Pamplona, 25 de septiembre de 2009.